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Discurso Luis Daniel Álvarez en casa de la Arq. Celina Bentata

Muy buenas noches: 

 

Contaba Golda Meir que el sueño de haber creado un Estado propio que pusiera fin a ese largo exilio que los había llevado a vivir en la tierra de sus antepasados, sólo gracias a la tolerancia ajena,  había llegado tarde para los que perecieron en el Holocausto, pero no para las generaciones futuras.

 

Las palabras de la connotada líder política constituyen probablemente el emblema sustancial que nos reúne la noche de hoy. Si bien el exilio parece haber terminado en términos territoriales, se han dado nuevas formas, a lo mejor tan crueles como la de tener la tierra ocupada.

 

El exilio en el que muchos están en su propia tierra al ser excluidos por su manera de pensar o por la fe que profesan. Ante ello, surge una vertiente de esperanza que consiste en enarbolar las banderas del recuerdo.

 

Tal vez la forma más dantesca del exilio es el olvido. La pérdida de identidad que se suscita cuando la propaganda, el miedo y la desolación tratan de imponerse. Pero allí  tienen que surgir  los alegatos de la decencia. El aporte que mantenga viva la llama de la justicia. Convertirnos en militantes de la verdad, la pluralidad y el respeto a la diversidad.

 

En enero de 2009 el gobierno venezolano, en un arrebato que dista de cualquier forma coherente de hacer una política exterior, decidió expulsar al Embajador de Israel. Atrás había quedado la existencia de una política exterior de Estado, como debe ser, que se había construido con ahínco desde 1958 y que veía como a partir de 1999 tomaba el camino de la improvisación.

 

Desde ese momento, las relaciones con Israel se acabaron. Los miles de convenios, intercambios educativos y promoción cultural fueron dejados de lado. Por ello, la opción era el olvido o la acción.

 

En ese sentido tocó a una organización asumir la labor divulgativa y educativa que permitiera entender lo complejo de la situación del Medio Oriente. El Instituto Cultural Venezolano Israelí se convirtió, entonces, en el garante de mantener vivo, junto a otras organizaciones, el legado de una cultura que sin lugar a dudas marca. Indirectamente recuerda también el compromiso diario que hay que asumir para no ser exiliado en su propia tierra y no sucumbir al desaliento y a la ignorancia.

 

La labor de nuestro ICVI es una tarea titánica, pues le toca organizarse para enfrentar a un funesto aparato de propaganda que a diario recurre al lugar común y a la ofensa para desacreditar. La gran bandera del instituto es que responde con el trabajo y la formación académica buscando mostrar la realidad de una sociedad que es poco dada a ser estudiada.

 

Los jóvenes que nos hemos incorporado y que encontramos las puertas abiertas para investigar, proponer e incluso cuestionar algunos aspectos, nos imbuimos de una serie de valores que nos permiten tener una visión completa. Seminarios cada vez con mayor asistencia, conversatorios amenos sobre distintas temáticas e incluso el establecimiento de líneas de investigación que han de culminar con la publicación de trabajos, demuestra que la senda por la que se transita es la correcta. Es la forma de recordar haciendo y valorar las oportunidades de crecer, no como personas sino como ciudadanos.

 

En un país en el que las instituciones tienden a ser efímeras, que un ente perdure parece un tema extraño. El ICVI nació en 1956 y tuvo su primer gran acto en 1964 cuando se rindió un homenaje al gran Rómulo Gallegos y se aprovechó de presentar una edición de Doña Bárbara traducida el hebreo.

 

Cuenta siempre con una gran emotividad el señor Elieser Rotkopf, que el maestro Gallegos quedó conmovido con el acto y solo atinó a decir “Cuánto habla este silencio”.

 

Ironías del destino que años después el dilema nacional sea también dirimir o escoger entre la civilización y la barbarie. Afortunadamente actos como el de esta noche son un homenaje silencioso a los grandes civilistas y un reproche a aquellos que recurren al abuso para imponerse.

 

En estos momentos la opción no es el silencio. Es gritar la verdad con ánimo. El Instituto Cultural venezolano Israelí está haciendo una labor que reafirma querer estrechar los vínculos entre ambos pueblos. Siempre tiende a recordarse en  estos encuentros que está ausente el Embajador de Israel. Sin embargo, nos atrevemos a decir que aunque es preocupante, no importa; pues en el fondo el ICVI ha impedido que el olvido impere y que aumente el exilio.

 

Queremos cerrar evocando lo leído en un libro de Anita Glass Olamy, por cierto editado por el ICVI en 1989, en el que Golda Meir recordaba con gran emoción como a Ben Gurión se le quebró la voz cuando por primera vez leyó el Acta de Independencia.

 

“El Estado de Israel quedará abierto la inmigración judía y a la entrada de exiliados…”

 

Mientras existan instituciones como el ICVI y labores como la del profesor Freddy Malpica y la arquitecto Celina Bentata, sabemos que el olvido no imperará y el exilio será derrotado.

 

Muchas gracias.

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